domingo, 4 de octubre de 2009

Amor/Odio

Dicen que del amor al odio sólo hay un paso. Y al revés supongo que también. En realidad, no hay mucha distancia de ningún sentimiento humano a cualquier otro, porque lo verdaderamente especial de nuestra condición es la inestabilidad.
De acuerdo con Parménides, si el ser es y el no-ser no es, nacimiento y muerte son sólo una ilusión. Las cuatro raíces (agua, aire, tierra y fuego) se mezclan y disuelven sin cesar y permanecen eternamente iguales e indestructibles. El universo ya no es una sustancia que se transforma, pues las cualidades son ya inmutables, son los elementos últimos de la realidad. Pero existen también dos fuerzas, la amistad y la discordia, que más líricamente llamamos amor y odio, cuyos nombres no importan, pues no son otra cosa que aquello que une y que separa todas las cosas.
Sin embargo, en contra de lo que nos enseña esa estalactita humana llamada Walt Disney, el mundo no es maravilloso cuando gobierna el amor y horrible cuando lo hace el odio. Si sólo hubiera amor todo estaría indisociablemente unido, como una esfera compacta. Si predominase completamente el odio, todo estaría disperso y nada se comunicaría con nada. Ambos tienen que coexistir en lucha, en tensión y alternarse según ciclos.
Aunque en mi ser hay un claro predominio de fuego y de la fuerza del odio, el cambio es inevitable. Estaba leyendo a Epicuro, alguien por quien siempre había sentido un cierto desdén: me parece que el término hedonismo nunca se ha empleado de manera tan absurda; que su atomismo mutila lo más valioso de aquél que, precisamente, plagió sin escrúpulos; que su teoría del conocimiento es la cosa más pobre que he estudiado en mi vida, haciendo de la sensación el criterio último y único de validez y postulando los átomos, invisibles, inaudibles, etc., como la única realidad. En fin, un cúmulo de despropósitos a la vista de todo el mundo; una capacidad especulativa a años luz de cualquier filósofo anterior a él.
Y todo esto, de un plumazo, lo dignifica con la extremada sencillez de su pensamiento y sus máximas. Todo lo anterior de nada sirve si no contribuye a liberarnos de nuestros temores, de nuestros deseos creados y superfluos. La naturaleza establece unos límites adecuados y fáciles de conocer; el dolor es fácil de suprimir y el placer de alcanzar si eliminamos las opiniones que nos alejan de la suprema felicidad, que es la tranquilidad del espíritu, tarea estrictamente individual que puede realizarse al margen de cualquier adversidad externa. La amistad, aquello que dijimos que unía lo disperso, es beneficiosa por la cantidad de bienes que reporta. Tantos, que terminamos por olvidar el utilitarismo, la búsqueda individual del placer, que terminamos gozando con la representación del placer ajeno, con la alegría del amigo y amado. Una felicidad privada, pero compartida. Magnífico

1 comentario:

La estatua del jardín botánico dijo...

Yo albergaba la esperanza de que algún día le reconocieras algún mérito a este señor o que, por lo menos, disfrutaras sinceramente alguna de sus sentencias. Tu juicio sobre el clinamen y la teoría del conocimiento me parecen inalpelables, desde luego, ¿pero a que mola el consejillo de vivir oculto, rodeado de lo estrictamente necesario que viene a ser un plato de aceitunas -cámbialo por otra cosa- y alguien con quien compartirlas? Un besote.