miércoles, 30 de septiembre de 2009

Infierno

La muerte es un tema que parece aterrarnos a todos por igual. Menos a las señoras que cruzan por la mitad de la calle cuando voy conduciendo y a los pokeros con moto que tanto se preocupan por proteger su codo con el casco, claro. Y digo esto pensando en ese lugar con el que se aterraba durante siglos a todo bicho viviente: el infierno.
Pregunto yo, si Dios es todopoderoso y bondadoso ¿cómo dejó que un ángel se rebelara contra él y fundara una región en la que castigar a los humanos que él había creado a su imagen y semejanza? Pues porque en el cielo no había sitio para todos y le venía bien. Además, todo superhéroe necesita un archi-enemigo, porque somos lo que somos por oposioción a otras cosas, porque sin referencia a los contrarios no podríamos definir nada.
No creo que tal lugar exista. Bueno sí, en realidad llevamos ya bastante tiempo viviendo en él. Como dice mi amigo Schopen, "La vida como péndulo oscila constantemente entre el dolor y el hastío, que son en realidad sus elementos constitutivos. Este hecho ha sido simbolizado de una manera bien rara: habiendo puesto en el infierno todos los dolores y todos los tormentos, no se ha dejado para el cielo más que el aburrimiento". No sé, una eternidad contemplando a Dios puede estar bien, pero a larga...
El caso es que, de existir, la mayoría de nosotros acabaríamos allí. Y reconozco que tengo cierta curiosidad, porque creo que una eternidad siendo sodomizado por Satán me va a parecer como unas vacaciones pagadas comparado con tener que rellenar papeles y formularios para la Junta. Satanás, no me cabe duda, gusta de disfrazarse de funcionario, y mediante la burocracia está extendiendo su dominio sobre la faz de la tierra. Sus secuaces ya no son los que eran: lo de disfrazarse de serpiente, de Hitler, Walt Disney o Ramón García es cosa del pasado. Ahora actúa a través de formularios, currículos, anexos y fotocopias compulsadas. Los tiranos de antaño ahora se llaman "consejero delegado" y en lugar de dirigirnos a ellos como posesiones satánicas con crucifijos, espejos, ajos y mariconadas por el estilo, encima hay que tratarles de "Excelentísimo Señor" y no de "Señor del Averno".
¿Para qué va a comprobar nadie cómo haces tu trabajo si un papel puede ahorrar esa molestia? ¿Para qué va a leer nadie lo que escribes si podemos mirar los índices de impacto y calidad?
Total, que estoy hasta las pelotas y todo será que me coja una gripe A en condiciones para que me pase por los infiernos a ver quién sodomiza a quién.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Contra lo útil

"Pretender que de toda ciencia resulte algo distinto de ella misma y que ésta deba ser útil es propio del que ignora por completo cuánto separa en origen a las cosas buenas de las necesarias, pues se diferencian en grado sumo. En efecto, a las cosas que queremos en virtud de otras, y sin las cuales es imposible vivir, se les debe llamar «necesarias» y «concausas», mientras que las queremos por ellas mismas sin que de ellas se siga ninguna otra cosa, las llamamos con propiedad «buenas». Y es que esto no es deseable por aquello, y aquello en virtud de otra cosa, y prosiguiendo así hasta llegar al infinito, sino que la serie se detiene en algún punto. Es ya, por tanto, del todo ridículo demandar de cada cosa otro provecho más allá de la cosa misma, y preguntar: «¿qué provecho tiene, entonces, para nosotros?» y «¿qué utilidad tiene?» Pues en verdad, como decimos, quien habla así no parece ser el que conoce lo bello y lo bueno ni el que distingue la causa de la concausa" (Aristóteles, Protréptico, 42).
Lo necesario y lo útil nunca son fines en sí mismos, sino que se buscan por alguna otra cosa, por lo que se convierten en esclavos, en actividades serviles. Lo inútil, sin embargo, es lo más excelente de todo, lo que se desea por sí, sin que de ello se derive ninguna otra cosa. Esos son los placeres de la contemplación, los que se buscan por sí mismos, por el mero hecho de conocer, por el simple placer que reporta, algo para lo cual la naturaleza nos ha otorgado una facilidad inimaginable; algo que ya demuestran los niños, con su asombro y curiosidad, y sobre todo con su inocencia aún no pervertida por las costumbres de una sociedad esclava y servil obsesionada con lo útil, con lo que no vale por sí mismo sino que depende de aquello que produce.
Escuché una vez a José Hierro, premio Cervantes si no recuerdo mal, comparar la vida con una pista de patinaje. Allí estamos moviéndonos, patinando, viajando de un lado a otro y, sin embargo, no preguntamos «¿dónde vamos?» Porque la respuesta es a ninguna parte, porque no queremos ninguna otra cosa que no sea el patinar mismo, sin destino, sin objetivo. Es como la vida, que tiene que cubrir ciertas necesidades para sostenerse, la servidumbre de lo útil. También hay que calzarse unos patines para patinar. Pero lo inútil, lo más excelente, es disfrutar del propio viaje, de ese no necesitar ninguna otra cosa que es la libertad suprema.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Destino

"Creo en el destino" es una de esas frases que todos hemos oído decir a alguien en alguna ocasión y que dudo mucho que nadie que la pronuncie entienda el significado de sus propias palabras.
Yo sí creo en el destino, en el de un tren o un avión. "Tren con destino Madrid", dice una voz por megafonía. O sea, que creo en Madrid, lo cual no implica que la ciudad exista necesariamente ni que el tren vaya a llegar, aunque confiamos en que sí.
Quien crea en un ser todopoderoso que domina y decide todos los acontecimientos, pensará que todo sucede según su designio, en cuyo caso aceptará que tiene un sentido del humor ciertamente macabro que los mortales no alcanzamos a comprender.
En caso contrario, no entiendo que alguien afirme que estaba destinado a tal cosa o que "el destino está escrito". Dónde y por quién, pregunto yo. Es una de esas cosas que, producto de la imaginación como es, no puede verificarse y, por lo tanto, no puede demostrarse lo absurda que es. Creo que hay mejores maneras de justificar los hechos que afirmando que una fuerza sobrenatural imprime necesidad a los acontecimientos. El pasado no se puede cambiar, pero eso no implica que las cosas tuvieran que ser necesariamente como fueron de hecho.
Entiendo la típica frase de abuela de "lo que tenga que ser será", pues la experiencia le ha demostrado ya la inutilidad de la voluntad humana. Pero decir que las cosas tenían que ser como han sido me parece la manera más simple y supersticiosa de eludir la responsabilidad. Quien dice cosas así no se considera, paradójicamente, como un muñeco que nada puede hacer manejado por un José Luis Moreno que mueve los hilos de las galaxias. Ni tampoco dudará en culpar a alguien cuando obre en su perjuicio. Y, sin embargo, afirma que su destino era trabajar donde trabaja o que alguien la palmara cuando la palmó.
Si existe un determinismo en la naturaleza, una concatenación de causas y efectos que nos obliga a actuar como actuamos, que nos obliga a reaccionar de una manera fija ante un determinado estímulo o motivo, no podemos saberlo por la infinita conjunción de causas y concausas. Cierto es que al soltar una piedra desde un edificio podemos determinar la velocidad a la que caerá y los destrozos que provocará. Que yo me tropiece con un bordillo por una concatenación inexorable de causas que se remontan al princpio del universo y que no podía evitarlo debido a que la libertad y el azar no son sino una ilusión, ya es más difícil de creer.
Parece que la mecánica cuántica admite la exitencia del azar, aunque nunca sabremos si esta palabra sólo designa nuestro desconocimiento de ciertas causas. Si yo podría haber actuado de diferente modo, o si determinados neurotransmisores, o lo que sea, en mi cerebro, no podían reaccionar de otra manera que como lo hicieron, es difícil de precisar.
Pero si me cago en la madre del subnormal que mi hizo aquello, y me cabreo porque no me llamaste o porque el tren ha llegado tarde, no voy a ser tan incoherente como para decir que tal cosa no podía ser de otra manera, ni ha resginarme como un abuelo que observa imperturbable el transcurrir de los acontecimientos.
De momento, lo poco que sé es que mi destino es la cocina, que ya voy teniendo hambre.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Nombre artístico

Me viene a la mente ese momento chanante en el que presentan a Joseph Ringo quien, con su atuendo vaquero, señala con inteligencia: "Me llamo Miguel Ángel Restrepeda, pero Joseph Ringo suena mejor". Y es que, cuando llega la edad adulta, todos deberíamos tener el derecho de denominarnos como queramos, sin tener que sufrir eternamente el capricho de que nuestros progenitores tuvieran a bien llamarnos Perfecto, Sinforosa o Kevincostner de Jesús. Desconozco que lleva a alguien a llamar a una criatura Dolores, Angustias o Soledad y supongo que será el no pensar lo que significa. Pero si una monja cualquiera tiene el capricho de llamarse "Hermana Presentación" y Razinger Z se convierte de repente en Benedicto (craso error porque molaba más su nombre original), ¿por qué no van a tener derecho a cambiar su nombre quienes no estén a gusto con él?
Ya el verano pasado comenté mi asombro por la paradójica presencia de un deportista conocido como Li Xiao. Pero en los últimos meses estoy escuchando cosas que me desagradan, razón por la que quiero lanzar un llamamiento a un personaje. Se trata de un futbolista de la selección brasileña de fútbol que me impide oncentrarme en las imágenes que veo cada vez que se le nombra. Sí, se llama Elano. No sé nada de portugués, pero espero que en su país no tengan que escuchar cosas como: "Elano recoge el balón" "¡Qué gran jugada de-Elano" o "atención a la falta que va a lanzar Elano" (¿dónde lo va a lanzar, por Dios?!!). Este hombre no debería consentir que su nombre sea lo mismo que ojete. Porque además parece una persona normal, no como Ben Affleck y familia, aquí presentes. Y puede que a él no le moleste, pero los demás no tenemos por qué aguantar comentarios como "ahí arranca Elano".
Lo comenté en una ocasión y llegamos a la conclusión de que sólo podría ser peor apellidarse Porculo, con lo jocoso que resultaría asociado a nombre como Tomás, o algunos femeninos más curiosos como Encarnación o Asunción (dejando ya al margen nombres que son sustantivos abstractos como Amor o Alegría y los ya mencionados Dolores y semejantes).
En cualquier caso, el poner nombres puede ser una tarea complicada y, en algunos casos, debería estar penada y ser motivo de cárcel. No puedo dejar de recordar al gran Rodolfo Mondolfo. Con ese apellido, papá y mamá, ¿tan difícil era haberle llamado José Carlos? Si coincide que te apellidas Verdugo de Dios es pura mala suerte, pero lo de los nombres es cosa de padres resentidos con mala idea o un excesivo sentido del humor.

P.D. Un saludo para Fele y Mamen