jueves, 3 de julio de 2008

Enfermos mentales: Alcibíades (I)

Situémonos: estamos en el año 450 a.C., Atenas es el centro de la civilización occidental, años después de resistir valerosamente al ataque de los persas. Económica y culturalmente se encuentra en su apogeo, con Pericles a la cabeza, reuniendo tantos intelectuales y buenos comerciantes como le es posible. Pero, aparte de la arrogancia de ciertos sectores de la ciudad y sus gobernantes, en esa fecha comienza a gestarse parte de las desgracias que sufrirá en años venideros. Nace Alcibíades, un hombre de familia noble y poderosa, cuyas dotes de mando, astucia, poderío físico y ambición se dejan notar desde su juventud y toda la ciudad piensa en él como un futuro general capaz de superar en heroicidades y gloria a Temístocles o al propio Pericles, que además era su tío.
Sin embargo, desde muy antiguo los griegos consideraban como el peor de los delitos el exceso, la falta de moderación y de respeto hacia los límites naturales y humanos, que serán transgredidos por Alcibíades día tras día. Y, de lamisma manera que Alejandro destruirá todo aquello que su maestro Aristóteles había admirado y defendido, Alcibíades se caracteriza por su carácter enteramente opuesto a Sócrates, no sé si maestro, pero sí amigo y compañero. El uno, siempre descalzo, sin apenas posesiones, dedicado a la filosofía y a la conversación callejera. El otro, adornado siempre con lujosas vestiduras y posesiones, mirando al pueblo por encima del hombro, y obsesionado, como tanto otros griegos inspirados en la épica, por los honores y la fama, por la inmortalidad de su nombre; como Aquiles.
Llega el año 432 (o 431, no está claro), y Atenas ve amenzado su poder por una pequeña ciudad, Potidea, que amenzaza con rebelarse. Se libra entonces una batalla que desencadenaría la posterior guerra contra Esparta y sus aliados, y donde se dice que Sócrates salvó la vida al presuntuoso Alcibíades. Y como a los espartanos les hacía falta poco para ponerse el caso y coger el escudo, decidieron invadir Atenas para acabar con la hegemonía de la ciudad. El amigo Pericles, que se lo veía venir, dirigió a todos los ciudadanos al interior de los muros que unían Atenas con el puerto de El Pireo, protegiéndolos de un enemigo superior en el combate por tierra, pero no de una brutal epidemia que acabó con la vida de miles de personas, incuida la suya.
¿Qué pasó entonces? Pues que los atenienses resistieron unos años como buenamente pudieron, hasta que, en 421, un general ateniense llamado Nicias, prudente e inteligente como el propio Sócrates, consiguió firmar una tregua. Alcibíades ya tiene edad suficiente como para ser uno de los generales más importantes y su orgullo no le permitirá olvidar los daños que su ciudad y su pueblo han sufrido. Durante algún tiempo parece dedicarse a la vida sencilla y tranquila que siempre le caracterizó: de orgía en orgía y de borrachera en borrachera, que para eso hay un dios del vino a quien rendir culto. Y en estos menesteres se entretuvo, esperando su oportunidad de vengarse, de conseguir grandes gestas y ser recordado como el héroe que devolvió a Atenas todo su esplendor.
Esto va a ser un poco más largo de lo que creía, así que esta noche lo acabo, que queda lo bueno.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Y me dejas aquí con la intriga !!! :P

Anónimo dijo...

creo que Alcibíades valía más de lo que parece jejeje
me gusta más la segunda parte jeje(creo recordar), así que aquí espero el "desenlace" ansioso perdido!
Como siempre, escrito impecablemente

La estatua del jardín botánico dijo...

Pues al final Alcibíades... Es broma, no desvelo nada que tú lo cuentas muy bien. ¡Mi Sócrates salvándole la vida al maromo! ¡Qué morrántico!

Inma Cañete dijo...

Esperaremos a la segunda parte... que nos has dejao con to la intriga!