martes, 29 de diciembre de 2009

Insignificancia

Que el hombre contemple, por lo tanto, la naturaleza entera de su alta y plena majestad; que aleje su vista de los bajos objetos que le rodean. Que mire esa brillante luz puesta como una lámpara eterna para iluminar el universo; que la tierra le parezca un punto comparada con la extensa órbita que describe, y que se asombre al ver que esta vasta órbita ella misma no es más que un punto muy fino al lado del que los astros que ruedan por el firmamento abarcan. Pero si nuestra vista se detiene allí, que la imaginación pase más adelante, más pronto se cansará de concebir que la naturaleza de suministrar. Todo este mundo visible no es más que un trazo imperceptible en el amplio seno de la naturaleza. No hay idea que nos acerque a ello. Por más que inflemos nuestros conceptos más allá de los espacios imaginables, no engendramos más que átomos en comparación a la realidad de las cosas. Es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.
(Blaise Pascal, Pensamientos, 84)



martes, 22 de diciembre de 2009

Lotería

¿Escribiría todo esto si me hubiese tocado hoy la lotería? En realidad, si me toca semejante pastizal es probable que no volviese a escribir en mi vida, que es cosa de pobres usar esta anticuada tecnología. Era complicado porque no jugué, sólo tenía una participación de participación, pero para lo que me iba a tocar estoy mejor así.
Y por ir como siempre como los salmones, tengo que decir que no me gusta la lotería. Y no es por los castrati de San Ildefonso ni por la brasa de hoy en los telediarios (que parece que no hay más noticias que ver a mamaos restregándonos su millonada por las narices). Lo digo porque no me parece bien el concepto de "lotería del Estado". Ya he comentado alguna vez que lo opuesto al comunismo no es el capitalismo, es la lotería: en lugar de repartir el dinero entre todos, vamos a poner todos un poquito para que se lo lleve uno solo. Ya sé que la mayoría no juega por el dinero, que es por la ilusión de pensar que algún día no pasaría nada si nos limpiásemos el hojaldre con un billete de 50. Quién no ha tenido esa conversación en la que se imagina su coche pagado, la hipoteca resuelta... y ya puestos, los viajes, el yate y el centenar de esclavos haciendo todo aquello que nunca quisimos hacer. El dinero no da la felicidad, dicen; y para qué quiero felicidad si tengo dinero!!
Pues bien, lo que digo es que me parece triste que una sociedad, un Estado que (se supone) pretende, con su sistema educativo y sus mútiples instituciones, convertirnos en gentes de bien, que seamos capaces de conseguir y realizar adecuadamente un trabajo y que respetemos al resto de seres humanos y las leyes que pretenden precisamente esto, sea el que al mismo tiempo nos llena la cabeza con la aspiración de poder jubilar a nuestros nietos y construir una familia o simplemente una vida sin dar un palo al agua o si acaso hacerlo por pura diversión, por no seguir aburriéndonos contando billetes, sin otro mérito ni esfuerzo que el de la coincidencia de los números de una bolita y de un papel que por un misterioso azar tenemos en la mano. Mi pregunta es por qué un Estado premia de semejante forma algo que carece de cualquier tipo de mérito, esfuerzo o cualquier otro de esos valores con los que habitualmente se le llena la boca a nuestra amada clase política. Dios me libre de empalagar a nadie afirmando que lo importante son los sentimientos y las personas y no el dinero. No. Para eso os ponéis una peli de esa estalactita llamada Walt Disney y os enseñará que la belleza está en el interior y que Simba tiene que gobernar sobre toda la naturaleza porque es el puto rey león, y los demás a callar y punto.
Pero mis aspiraciones no son tan elevadas; sólo quiero llamar la atención sobre el hecho de que los propios Estados nos hagan soñar con una vida que no merecemos y lo asqueroso que es tener que ir a trabajar el lunes por la mañana para vivir como un miserable, que ni juntando lo que habría ganado en doce vidas tendría la cuarta parte de aquél que contaba con el inigualable e indiscutible mérito de tener el 42 de complementario o haberle puesto una x al Córdoba-Las Palmas.
Y ya que estamos, quiero acabar con un hermoso juego de palabras.
¿Qué es Pluto? Pues, primero, el nombre latino del dios (y planeta enano) al que llamamos Plutón, divinidad del inframundo que se corresponde con el griego Hades. Es también el infrachucho creado por la citada estalactita, que parece empeñado en hacer méritos para ser sacrificado. En tercer lugar, es el dios griego de la riqueza, personificación de la abundancia (del vocablo "ploutos") y que da nombre, por último, a una obra de Aristófanes que os recomiendo, quien sabía criticar y oferecer moralejas más inteligentes y menos ñoñas que cualquier productor de Holywood, y cuyo contenido me quedo con ganas de resumir. Al menos contaré que Pluto fue cegado por Zeus para que repartiera la riqueza sin miramientos y al final resultó que el dinero se distribuyó de manera aleatoria, sin relación alguna con el mérito o la virtud.

viernes, 11 de diciembre de 2009

No encuentro palabras para decirlo....

... y a veces siento que el pensamiento es un idioma de signos sin sentido.
Frase que siempre me ha parecido magnífica. Especialmente apropiada, además, para los Héroes del Silencio, que parecen empeñarse en hacer del lenguaje poco más que un conjunto de sonidos o hasta ruidos (con joyas como "¿querrías tú pintar una casa con alas?" o aquélla de "donde el hombre se asfixia escribe un testamento en Chile negro"). Es verdad que las palabras extrañas y las combinaciones de las mismas ofrecen resultados muy poéticos, pero a mí me resultan bastante irritantes.
En fin, siento que el pensamiento. ¿Es que se siente el pensamiento o sólo se quería evitar la repetición de "pienso que el pensamiento"? Da igual. La cuestión es que el pensamiento, o el lenguaje, que es lo mismo, pero pronunciado o escrito (porque se piensan palabras y frases y no situaciones o acontecimientos, que eso ya es imaginación), parece verdaderamente un idioma de signos sin sentido. A mí por lo menos sí. No sé si es habitual experimentar algo que para mí es cotidiano, como leer o escuchar a alguien y tener la duda de saber si esas palabras pertenecen a tu propio idioma. Y supongo que generaré la misma impresión en los demás, pues a veces yo mismo no tengo claro lo que digo ni lo que hago.
¿Y qué es el sentido? Pues quizá una pregunta sin sentido. Porque no todos entendemos lo mismo al oír las mismas palabras, porque comprender es fusionar ese sonido con lo que uno sabe, piensa y cree, porque nadie puede salir de sí mismo y pensar lo que otro piensa y sentir lo que otro siente, y lo que para ti tiene pleno sentido para mí es completamente absurdo. Porque la vida misma no tiene sentido, más que el que uno mismo sea capaz de inventarse. Porque hay palabras como mesa y casa que tienen referencia, el objeto tangible al que se refieren. Pero hay otras que sólo tienen sentido, la mayoría. Y no digo ya justicia o esperanza, sino casi todas las que utilizamos habitualmente. (Y no quiero entrar en terminología política del tipo "desde el talante" o "haremos todo lo posible" que intencionadamente no tienen ningún sentido, aunque hay que reconocerles la capacidad de hablar sin decir nada, que no es fácil).
Dicen que si pusiéramos a mil monos a aporrear un teclado durante mil años, acabarían escribiendo Hamlet. Dudo que un matemático aprobase estos cálculos. Las comibaciones de veintisiete letras son virtualmente infinitas y creo que ninguna de ellas es capaz de hacer pensar lo mismo a dos personas.
Dicen también que los niños aprenden a hablar imitando. Oyen papá y mamá y lo dicen. Y oyen perro y gato y lo dicen también. Pero al poco son capaces ya de inventar millones de frases que nunca antes habían oído, de crear pensamientos nunca pensados. Palabras con sentido para el que las dice, pero qué difícil es hacerse entender. Que me lo digan a mí, que ni entiendo ni me hago entender.