sábado, 20 de diciembre de 2008

Cerebros en la cubeta

Qué mejor época hay que ésta para pensar un poco en las apariencias. Hoy os cuento una hipótesis bastante famosa en ciertos ámbitos, y que seguro os resultará familiar. La historia comienza hace ya mucho, con aquello de la caverna platónica, que sirve de recurso para todo, la vida es sueño y las meditaciones del amigo Descartes. Pero la versión moderna es más sugerente, dando por hecho que todos hemos visto Matrix (con la primera vale) y que la hemos entendido en la medida de nuestras posibilidades, al margen de paranoias de tipo informático a las que, por lo menos yo, no llego. La película tiene, a pesar de lo que se ha dicho, muy poco que ver con Platón, por la sencilla razón de que el "Mundo real" de la película es profundamente asqueroso, peor incluso que el otro, aunque cueste imaginarlo, y lleno de máquinas reencorosas y asesinas. La semejanza radica en que hay un mundo aparente, y en Matrix además se sitúa en la época gloriosa de la humanidad, que curiosamente es más o menos ahora. Esto es lo mejor que hemos podido hacer, somos la metástasis de este organismo que es planeta.
Pero en fin, resulta que el amigo Descartes, dubitativo como él era, se planteó la coherente posibilidad de que el universo estuviese regido por algún tipo de bastardo, al que llamó genio maligno por no pasarse. Los hechos desde luego concuerdan con su hipótesis, pero no iban por ahí los tiros, sino que pensó que quizá ese genio podría hacernos creer que lo que vemos y pensamos es real, que el cielo es azul y dos más dos cuatro, aunque no sea así en realidad. El genio, en definitiva, se divertiría engañándonos a todos, haciéndonos ver y pensar cosas que no existen. Supongo que se habrán inspirado en él los medios de comunicación. En cualquier caso, la idea de Descartes daría también para una película, porque la idea de que nuestras mentes estén dominadas por el mayor mamonazo de la historia es bastante sugerente. Pero hoy gustan más las tecnologías y por eso existe un versión más moderna del argumento:
El cerebro estaría conectado a una serie de electrodos capaces de generar impresiones de todo tipo, como en Matrix, donde los humanos son cultivados y conectados a máquinas que generan la ilusión de vivir en un mundo que sólo es virtual (Aunque curiosamente si te matan allí te mueres de verdad; interacción que no alcanzo a comprender más que como una manera de darle emoción a la peli, porque muy lógico no es). Hilary Putnam y Jonathan Dancy son los autores de esta hipótesis:
Usted no sabe que es un cerebro, suspendido en una cubeta llena de líquido en un laboratorio, y conectada a un computador que lo alimenta con sus experiencias actuales bajo el control de algún ingenioso científico técnico (benévolo o maligno, de acuerdo a su gusto). Puesto que, si usted fuera un cerebro así, asumiendo que el científico es exitoso, nada dentro de sus experiencias podría revelar que usted lo es; ya que sus experiencias son, según la hipótesis, idénticas con las de algo que no es un cerebro en la cubeta. Como usted sólo tiene sus propias experiencias para saberlo, y esas experiencias son las mismas en cualquier situación, nada podría mostrarle cuál de las dos situaciones es la real” (Introduction to Contemporary Epistemology, 10). En efecto, no hay manera de saber si todo lo que vemos, sentimos y pensamos es real, como tampoco el observador de la cubeta puede demostrar que él, a su vez, no es también un cerebro sumergido en otra, o que de alguna manera está siendo engañado para creer que es como cree que es. Por eso, el experimento es magnífico para comprobar lo difuso que es el concepto de realidad, porque acaso no seamos más que una serie de impulsos eléctricos, que muy poco se diferencian de esas máquinas aparentemente inertes (aunque hijas de puta) de Matrix. La realidad y lo objetivo no están al alcance de un individuo, por la sencilla razón de que todo lo del sujeto es subjetivo. Así que lo que yo digo, que el mundo es mi representación y que todo está en mi cabeza cual esquizofrénico.Y supongo que alguna vez todos nos hemos sentido como esre malo de la película, que quiere vivir en la mentira, que sólo quiere disfrutrar sin pensar. E incluso, a veces, a uno le gustaría que todo fuese un sueño del que despertar.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Autocorrección

No sin cierta satisfacción por cumplir los plazos y hacer los deberes, me veo obligado a entregarme a la penosa tarea de la corrección, de la autocorreccción. No va a ser la primera vez pero sí la más larga y difícil. En general, es bastante más fácil corregir a los demás, en el hacer y en el decir, porque es un pasatiempo bastante entretenido el hacerle ver a los demás que se equivocan y que además sabemos cómo y por qué se equivocan. Y no se me escandalicen los humildes, porque es reconfortante para la autoestima el sentirse superior en ciertos aspectos haciendo ver el error ajeno. Pero también en el escribir es mucho mejor que otro corrija los errores, precisamente porque nuestro cerebro tiene preparados todos los mecanismos para ocultarnos nuestra propia imbecilidad. Es así, cuando uno es idiota, es imposible que se dé cuenta de que lo es, porque su evolucionada sustancia gris se niega a mostrarle su propia debilidad. Además, no le gusta complicarse la vida y cuando tus ojos te mandan una información, el cerebro se encarga de completarla: que falta una ese, pues él te ayuda a imaginar que esa ese está allí para que sigas adelante sin preocupaciones; que has escrito una palabra dos veces, pues él borra una, que ya bastante tienes con lo que tienes. No hay más realidad que la que tu cerebro procesa, porque al fin y al cabo el mundo es un fenómeno cerebral. Pero esto lo dejo para otro día.
El caso es que uno escribe para que otro lea y entienda, no para uno mismo. Con lo cual nunca puedes estar seguro de que se entiende lo que tú entiendes. Porque leer es interpretar, es fundir lo que te llega del exterior con las etiquetas y los cajones en que se divide tu mente, en los que encajas y clasificas la información. Pero además es todo un mismo proceso, no ves y luego entiendes, piensas y procesas, porque ya proyectas sobre lo externo tus propias categorías. En particular en el mundo del periodismo se emplea mucho la distinción entre opinión, que es lo que uno procesa y piensa, lo subjetivo, y la información, una transcripción inalterada de la realidad, objetiva e independiente. Pero creo que a estas alturas de la película no hay nada objetivo, porque la supuesta información es también interpretación y elección, porque la realidad está dentro de cada cabeza.
La consecuencia de esto es que tu cerebro tampoco quiere ser corregido, no le gusta que le digan que se equivoca y cuando te corrigen un párrafo inmediatamente piensas que el problema es del otro, que no ha entendido. Pero no; la mayoría de las veces no, y tú cerebro y tú lo sabéis muy bien. Y corriges una vez, y otra, y fulanito te lo corrige también, y luego tú otra vez. Y siempre hay cosas que están mal, por aquí y por allá, por más que veintiséis ojos han pasado ya por encima de todas las líneas. Así que al final tu cerebro y tú tenéis que llegar a un acuerdo respecto a hasta dónde estás dispuesto a seguir gastando el tiempo en la misma enriquecedora tarea. Y después de resignarte y dejarlo por imposible, ciego y saturado como estás, al instante aparece de nuevo mi amigo Murphy, porque en cuanto lo imprimas todo, abrirás el libro por una página al azar y encontraras cuatro erratas sin leer un párrafo entero. Está científicamente demostrado. Y ahí te preguntarás: ¿cómo es posible si lo he leído diez veces? Pues porque tu cerebro no quiere enseñarte tus errores cada medio minuto, porque no quiere darte disgustos. Él más listo y se preocupa más por ti, aunque no te lo diga.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

La época más mavillosa del año

Hoy quiero exponerme a la crítica y al insulto, intentando saltarme ligeramente las normas de lo políticamente correcto, porque es algo que me sale de manera mucho más espontánea. Y todo surge a propósito de un fenómeno que habréis percibido: probablemnte por causa del cambio climático, hemos pasado a tener tan sólo tres estaciones: primavera, verano y Navidad. Sí, porque cuando uno tiene que echar mano de la manga larga, a principios de octubre, llega ya la Navidad, esa época del año en la que somos mejores personas, en la que nos invade (hablo por mí) un sentimiento habitual pero ahora exaltado: un asco irrefrenable generado en la boca del estómago y que necesito escupir cada cierto tiempo para no morir envenenado. Nada mejor en época de crisis que subir el precio del autobús y los impuestos, porque el Ayuntamiento está pensando en ti y necesita alegrarte el corazón con unos cuantos millones de euros invertidos en luces con preciosos adornos, hojas de árboles, corazones, y demás ornamentos de moderno diseño. Además, con esto quiere resolverse una duda, que es la de si suena el árbol que cae en la selva cuando no hay nadie para oírlo, pues se quiere saber si se malgasta la electricidad dejando las luces encencidas 24 horas al día, si siguen consumiendo cuando no hay nadie para verlas.
Esta época del año, quizá por el frío que ablanda o paraliza los cerebros, la imbecilidad humana alcanza cotas que no pueden repetirse hasta unos cuantos meses después. Y es que creo que, salvo los centros comerciales, todos deberíamos estar indignados. Yo, obviamente, no celebro la Navidad en la medida en que me es posible, porque otros siempre la celebran por mí y en mi nombre. Como diría mi madre, yo no creo ni en la luz eléctrica, por lo que la religión me queda ya bastante lejana. Y digo esto porque la Navidad es una fiesta religiosa, porque quizá casi nadie lo sabe, o al menos es lo que parece. No, no se celebra el nacimiento de Santa Claus, sino el de Jesucristo, el de Dios hecho hombre. Cada uno es libre de opinar, y para mí ese señor probablemente era un barbudo que curó momentáneamente a un par de epilépticos y al que encumbraron y mataron por ello. Pero quien crea que fue una divinidad que vino para redimir nuestros pecados, pues mi más sincera enhorabuena. No tengo nada que decir al respecto, sólo qué él o ella debería estar bastante más indignado que yo, aunque sé que no es fácil. Y aunque no creo en la historia que se cuenta, en realidad no resulta importante, porque lo valioso nunca es la historia en sí misma, sino más bien lo que se puede extraer y aprender de ella. Y, al margen de creencias, paseos sobre las aguas y resurrecciones, podemos encontrar elementos verdaderamente valiosos, sobre los que la sociedad y sus miembros se empeñan en orinar año tras año. Porque si hay algo que se quiere destacar es la humildad porque el hijo de Dios, que podría haber nacido como un jeque, nació en un miserable pesebre pasando frío. Un ejemplo que habría que conmemorar, pero oye, ya que nació en un pesebre, compra angulas y ponte ciego a langostinos. Eso sí, con luces y adornos, para que sea todo un poco más modesto. Y vístete lo más elegante que puedas, aunque vayas a cenar con gente con la que normalmente cenarías en pijama. La excusa común, igual que lo de casarse por la iglesia, que es por no dar un disgusto a la abuela, es que lo bonito es reunirse con la familia. En mi caso, no conlleva nada diferente a ningún día, por lo que es absolutamente estúpido. Y en el de los demás, os podéis reunir cualquier otro día y no tenéis que poner las chorraditas navideñas de rigor. También estás los niños, donde los haya, porque no se les puede dar el disgusto de sentirse diferentes, así que es mejor hacer el panoli como borregos, como todos los demás.
Porque lo bonito de la humildad y el espíritu navideño son los regalos. Alguien se inventó la memez de los Reyes Magos, que ni eran magos ni tienen nada que ver con la estúpida historia que se cuenta: -"Te traemos oro, incienso y mirra para el niño recién nacido" -"Oh, qué útil, nos vienen fenomenal para tapar los excrementos de la mula y el buey". Hay que hacer regalos porque todo el mundo hace regalos. Patético. ¿por qué no se pueden hacer los regalos cuando a uno le dé la gana? Ah sí, por los magos de oriente y el gordo que se tira por la chimenea. Muy lógico.
Luego hay otras tradiciones hermosas, como la lotería, un invento genial para los que tanto se quejan del capitalismo. En vez de repartir el dinero común o el de los que más tienen, es mejor que juntemos todos un poquito para que se lo lleve uno solo. Muy navideño también, porque ha nacido el señor, así que voy a ver si me retiro y puedo seguir despilfarrando toda mi vida, en una Navidad sin fin. Por supuesto, la lotería más cara y la que reparte premios más bajo es a la que más juega la gente, porque puestos a actuar con coherencia...
Y los mensajes. Qué bonitos!! Esas paridas en cadena que permiten superar la barrera de los 100 millones de mensajes en una semana. Y no es una exageración. La realidad es mucho más patética que la imaginación.
Y por fin, se acaba un año más, se retiran las luces y nos proponemos propósitos ridículos que nadie cumplirá. ¡Feliz año! dicen todos. ¡Feliz entrada y salida de año! Será salida y entrada digo yo. Muy bien, gracias por desearme un buen momento entre las 23,59 del 31 de diciembre y las 0,00 del 1 de enero. Gracias de verdad, porque además eres el número 63 que me lo dice en un cuarto de hora. Me recuerda también toda la gente que me pregunta si voy a cenar solo en Nochebuena. ¡Dios! La gente se echa las manos a la cabeza como si fuera a dormir en la calle. No importa si todas las noches cenas solo, pero el 24 de diciembre no se parece en nada al 16 de myo, porque ha nacido el niño Dios. Y no se puede cenar solo, y mucho menos una tortilla o un bocadillo, aunque sean de polvorones.
Y por último, cuando nuestros buenos sentimientos volcados en billetes de cincuenta terminan, llega la cuesta de Enero. Y entiendo yo que será cuesta arriba. ¿Por qué? Porque hacia arriba y hacia abajo la cuesta es la misma, pero el recorrido distinto. Porque estábamos en lo alto de la cuesta en Diciembre, con los ahorros y la extraordinaria. Pero nos tiramos rodando hasta abajo, porque Dios se ha hecho hombre y ha nacido en un pesebre. En Enero el kilo de uvas no cuesta 35 euros, pero ya no queda mucho que gastar, porque hemos honrado a los magos de oriente. Sobre todo al que llevaba oro.